El ser humano no es tan sólo un animal del que podamos decir que en ocasiones logra usar su razón para llegar a realizar cosas grandes que permanecerán en el tiempo, sino que además es aquel que es capaz de conciliar su instintividad, su emocionalidad y su racionalidad para conquistar una plenitud interior cada vez más vasta. Esta felicidad profunda está estrechamente ligada y vinculada con la capacidad que la persona tiene de poder ser un homo reciprocus, es decir, aquel que logra realizar gestos que brotan del desinterés más absoluto y que persiguen un bien común del todo universal. Tal vez esta primavera nos esté dejando descubrir este hermosa flor que ya pende en la interioridad de muchas personas alrededor del mundo y que logra reencantar la mirada de aquellos otros que, más pesimistas, no logran conquistar la medida de esperanza necesaria para afrontar con el ilusión el día a día. La tormenta y el frío siempre terminan por dejar paso a la calma y la calidez necesaria para que las flores alcancen su plenitud en los frutos, del mismo modo que hay manos cuyos gestos traslucen la reciprocidad necesaria para el bien y buen vivir de todos.
Esta imagen conecta con lo más humano que nos identifica y hace saltar por los aires las creencias limitantes y estrechas a las que nos aferramos, en lugar de nombrar el miedo desde el que brotan los aires racistas que nos desvirtúan y nos atrapan en lo peor de lo que somos capaces.