En uno de esos países remotos de Oriente, Bután, hace cuarenta años un rey decidió medir el nivel del desarrollo de la nación en base a un criterio distinto al que impone el sistema capitalista en el que navega Occidente. Para ellos ya no se trataba del PIB sino del FIB (Felicidad Interna Bruta). Este aspecto tiene una relación muy estrecha con los valores tradicionales del pueblo y el grado de felicidad que de ellos se obtiene. Pasaron de la cantidad a la calidad, de aglutinar un sinfín de recursos meramente materiales al cultivo de una serie de intereses que pretenden acercar al ser humano a los valores que lo llevan a la virtud. Robert F. Kennedy, allá por 1968, ya criticó la excesiva confianza que se le había dado al PIB: “Demasiada cantidad y por demasiado tiempo; parece que hemos renunciado a la excelencia personal y a los valores de la comunidad en pos de la mera acumulación de cosas materiales”. Quizá sea hora de otorgar a lo humanitario el valor que le corresponde y dejar lo económico como algo meramente instrumental y del que no depende lo intrínsecamente humano.
Jose Chamorro